El viento susurra tu nombre

I
Contra su rostro siente un filo invisible. En su cuerpo el calor de la avidez. La ciudad está desierta. Amarillos los escasos focos de luz, como latidos débiles en un cuerpo enfermo. Le acompaña el eco de sus pasos y el resuello de sus pensamientos. Todo lo demás espera.
Él avanza, sin mirar atrás. Nunca lo hace. El pasado ya no es un territorio habitable. El presente es su nicho, su delirio y su destino. Tal vez la noche siga su huella y lo devore, pero él sigue. Porque el viento aún susurra su nombre.
II
Las calles se deslizan despacio, con insolencia, resistiéndose a ser recorridas con la urgencia necesaria. Va recordando la suavidad de unas caderas, el aroma especiado de unos cabellos. Se detiene en una avenida olvidada. En sus recuerdos también hay sombras, hay ojos al acecho, labios que muerden desde los rincones olvidados. Nunca ha importado. Alguien le hizo daño, otros lo protegieron. Todos acertamos o nos equivocamos alguna vez. Vivir no siempre es seguro…ni amable. A veces se grita, otras se ríe, se llora… o se ama. Él ha decidido amar. El asfalto sudado aquieta sus pasos, que caminan solos, con un ritmo impasible. El viento empuja, como una señal, como una mano invisible en su espalda.
III
La esquina acoge y protege el lugar, iluminado por una luz piadosa. Le aguarda alguien, indolentemente apoyado sobre la pared, como si siempre hubiera estado allí. Es un todo con el viento que lo llama. Los ojos que le esperan rezuman color en la penumbra: dos fogonazos azules, los labios risueños y torcidos. Una mano puerilmente apuntándole con el dedo, como confirmando:
—Sabía que vendrías.
Él no sabe que decir. No hace falta. Sonríe. El mismo viento recoge con un soplo su silencio y su sonrisa. Los traduce, los transmite. Otra sonrisa y un beso que les sabe a primer baño del verano. Ambos caminan con difícil equilibrio sobre la línea de sombra; esperándose. Las manos unidas jurándose la dulzura que les aguarda. Los cuerpos apretados.
IV
En la habitación, la ventana es una boca abierta a la noche. Fuera todo está apagado. Dentro, ellos arden. La música rebota en las paredes, en sus cuerpos, en sus cabezas. Hay certeza en sus pieles. Sin miedo a perderse se buscan y se encuentran. El ritual de siempre alimentado con la desesperación del posible nunca más.
Rompe el amanecer. La belleza del sol dorando sus pieles es tan impúdica e inmodesta como sus cuerpos desnudos. Se despiertan. Un abrazo, un beso, una afirmación. En la calle se paran un momento, parpadeando confundidos por la brillante luz matinal. Vuelven a besarse y se despiden. Dilatan el momento de la retirada. Con impulso repentino abandonan y caminan en sentidos opuestos. Andan unos pasos. Se giran al mismo tiempo y se miran El viento les susurra sus nombres.
Joan Carlos Armero